Carmen Belenguer
Se ha calificado la pintura de Carmen Belenguer como «Expresionismo informalista», con matices mediterráneos. Sus inicios llevan la impronta de la nostalgia del azul mediterráneo (en concreto, del azul de su Ibiza natal). Un expresionismo abstracto, pues, cargado de poesía: de la poesía de la luz del mediterráneo. La poesía que encabeza una de sus exposiciones (la de diciembre de 1997), esto es, los versos de Pedro Salinas, señala con fuerza la intencionalidad de la pintora: Hay que pasar más allá; ver lo que está más allá, lo que hay más allá. .Lo que encontramos cuando «atravesamos» la superficie de sus lienzos: «Detrás, detrás, más allá. Por detrás de ti te busco».
Siguiendo su trayectoria, su aliento artístico se nutre de la poética de las estaciones melancólicas (otoño e invierno); de una melancolía, que, sin embargo, no es renuncia, desaliento, pesimismo. Su pintura sabe encontrar la «alegría» de ese vivir a contracorriente; de ese vivir en tiempos duros («Una mañana luminosa y clara, después de un amanecer gélido, las hojas del otoño caídas en el suelo, blancas y heladas. Una mañana fría de un recién llegado invierno. Buenos días, vida. Porque la vida está ahí, latiendo». La vida late, sin duda, detrás de cada azul, de cada verde, de cada rosa o de cada ocre. Sin duda, detrás de cada rojo y de cada amarillo luminosos. De cada fuego. «Porque la vida no es una línea continua o un color plano» -había dicho en cierta ocasión- «Se mueve. Está viva».
La pintura de Carmen, salvo algunas excepciones, alguna pequeña incursión en el paisajismo impresionista, de gran factura y calidad, es abstracta; resueltamente abstracta, sin concepciones al mimetismo representativo. Si sus pinturas constituyen paisajes, lo hacen en la medida que sus colores sugieren una determinada especialidad (en el sentido de los colores locales). Paisajes sugeridos a través de los planos de color o de las veladuras. Al modo de Matisse o de De Kooning (el expresionista abstracto que mejor partido sacó de la asimilación del paisaje a la abstracción; del ensamblaje y armonización del paisaje y la abstracción). La obra de Carmen es una continua experimentación, o, como escribiera de ella Antonio Leyva, «una fase de su proceso de indagación e, incluso, el proceso mismo». Carmen Belenguer gusta de mantener la obra en su tensión infinita. Maurice Blanchot, en su célebre ensayo El espacio literario, escribe acerca de «lo interminable», «lo incesante» del acto creativo. La obra aparece como una «afirmación ininterrumpida». Esta forma ininterrumpida de pintar libera al tiempo del pasado y del futuro; es un tiempo de la ausencia de tiempo. En sus pinturas, Carmen Belenguer nos retrotrae a un tiempo primordial; antes de que las cosas del mundo adquirieran sus fisonomías, sus texturas, sus resistencias. Son como una evocación de esa imagen sublime del Génesis, cuando Yavhé-Dios todavía no había dado paso al mundo diferenciado; cuando el Universo era sólo una «nebulosa» en medio de un absoluto vacío: «En el principio crió Yhavé-Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo, y el espíritu de Yahvé- Dios se movía sobre la haz de las aguas. Y dijo Yavhé-Dios: Sea la luz: y fue la luz». La tierra, entonces, debía tener un aspecto no distinto del «universo» pictórico de Carmen. Un desorden que, al ser atravesado por la inmensa luz, se nos aparece como la «materia» vivificante e informe de donde surgirá el más maravilloso de los mundos posibles. En un dios, como Yavhé, que no se deja ver; que prohíbe a su pueblo la representación de su figura, celoso de su propia imagen -hoy diríamos un dios abstracto-. Digo, en un dios esencialmente invisible, la creación del Universo debió resultarle algo antinatural e inútil. De ahí que la filosofía de los mortales posteriores haya querido restablecer el equilibrio inicial, al atisbar que al final de los tiempos la variedad -Plotino dirá, la multiplicidad- de lo creado retornará a su fase originaria: a la Plenitud de lo indiferenciado: al caos primordial, a la ausencia de Tiempo sin Tiempo. Viendo estas pinturas se tiene la impresión de estar viendo todo el largo proceso de generación de la Historia del Arte desde sus orígenes, allí en lo más recóndito de la caverna prehistórica. Todo parece estar contenido en estos lienzos. Podemos incluso, si agudizáramos nuestra visión, fijar los momentos de la evolución de la pintura.
Me gustaría leer un fragmento del texto aludido de Blanchot: » Alguien está fascinado, puede decirse que no percibe ningún objeto real, ninguna figura real, porque lo que ve no pertenece al mundo de la realidad sino al medio indeterminado de la fascinación. Medio, por así decirlo, absoluto. La distancia no está allí excluida sino que es exorbitante, es la profundidad ilimitada que está detrás de la imagen, profundidad no viviente, no manejable, absolutamente presente aunque no dada, donde se abisman los objetos cuando se alejan de su sentido, cuando se hunden en su imagen. Ese medio de la fascinación, donde lo que se ve se apodera de la vista y la hace interminable, donde la mirada se inmoviliza en luz, donde la luz es el resplandor absoluto de un ojo que no se ve, y que sin embargo, no deja de ver porque es nuestra propia mirada en espejo, ese medio es por excelencia atrayente, fascinante: luz que también es el abismo, luz horrorosa y atractiva en la que nos abismamos» (página 26).
Señalaba Laura Revuelta, a propósito de los motivos de la pintura de Carmen, su «necesidad vital» y la pasión que pone en su creación. Yo diría, incluso más, la verdad que desvela: lo absolutamente conmovedor de su gesto, lo convincente. De su maestría no tenemos la menor sombra de dudas. Se sabe poseedora de una técnica refinada, exquisita, que es capaz de variar sin repetirse, sin cansar .Como decía antes, sabe de esa paciencia infinita, interminable. Los títulos de sus lienzos se ofrecen como guiños a la tradición artística; a la tradición cultural. Como guiños o pistas al espectador. Pero también son síntomas de la pasión de la artista; de su necesidad de canalizar o encausar las emociones. Se ha traído, a propósito de su pintura, la memoria de Kandinsky .Estas pinturas, en efecto, son, en palabras del primer gran artista abstracto, «la expresión de la misma resonancia interior». Carmen sabe comunicar esas resonancias interiores; sabe que somos sensibles a esa resonancia. Nuestra emoción es la prueba de dicha sintonía. «La pintura son las emociones y la Vida pasada, presente y futura. La avidez por la Vida. Cada. línea es una expresión y cada color una emoción. La técnica es la que pone orden». Maravillosa frase, esta última: «La técnica es la que pone orden». Pero el viejo concepto griego de «tecné» servía para mencionar lo que hoy llamaríamos «arte». Luego, su frase sería lo mismo que decir que «el arte es lo que pone orden». El arte –la creación- pone orden al caos; al caos primordial. Goethe, ante el maravilloso espectáculo del templo de Neptuno en Paestum; ante la inmensidad de aquellas columnas dóricas que emergían sin basas de la agreste tierra, exclamó, con un arrobamiento y un candor singulares, «todo lo arbitrario perecerá». Es decir, todo lo que el orden arquitectónico, el orden artístico, no lleva a feliz término, está condenado a destruirse. Ordenar el caos -el caos dionisíaco-, señala el mito clásico, fue la mayor empresa del dios
Apolo.
Quiero recordar algunas de las cosas que de ella ha escrito Javier Rubio Noblot: «De ahí que desde un primer momento me haya parecido que esta pintura es extraordinariamente seria: no sólo en cuanto atañe a la rotundidad de las composiciones, mágicamente equilibradas, a lo acertado -y revelador- de las armonías cromáticas y, especialmente, a la elegancia y honestidad que destila ese dibujo siempre escueto de Carmen Belenguer –un trazo final, que no forma parte del cuerpo de la obra y que, sin embargo, constituye lo esencial de su argumento; un gesto de valentía o, más aún de fe ciega en el instinto-; allende la perfección formal de esta pintura se encuentra su verdad inmanente un paisaje íntimo y etéreo que ninguna ciencia puede explorar, porque está hecho de emociones contradictorias y sensaciones ocultas, de anhelos ahogados, del eco de cada instante. Carmen Belenguer no inventa mundos nos devuelve cuanto de verdad hay en el nuestro…». y Antonio Tinte:
«. ..Azules de calma, sienas de sosiego, colores y algún grafismo desperezando el silencio, se posan sobre las telas como nacidos sin luchar el terreno que ocupan. Atienda entonces el observador a la propia inspiración, sin prejuicios ni lecciones aprendidas, y descubrirá en las pacíficas formaciones de Carmen Belenguer la silueta de un interior que les pertenece por el hecho de ser. La imagen fugaz y persistente de lo que teniendo nombre, y hemos descubierto en su discurso, no se sabe con certeza cómo ha de llamarse, cómo se invoca, y si, por un momento, reivindica reverencia.
En este sentido, Carmen se alza a iconoclasta contumaz y renuncia a la imagen; a circundar de forma iracunda y con evidencia el objeto de su sentir para dejar que todo fluya; que la posible materialización formal se plasme transparente y sin anunciarse sobre el soplo que parece ser pintado a lomos de lo indefinido, y que el color sitúa en el campo de la conceptualización etérea. Allí, donde cielo y lecho se confunden y son la misma cosa. ..».
No debemos olvidar, además, de las connotaciones orientales que la pintura de Carmen presenta, sobre todo, en cuanto a su gestualidad, sus trazos, sus espacios de silencio. Llama la atención los vacíos y la aversión de nuestra pintora por ese «horror vacui» tan del gusto barroco y, en. el arte contemporáneo, de los drippings de Pollock. Hay una quietud que la artista trata de comunicar a través del movimiento. Señalaba un interesante estudioso del arte oriental, George Rowley, a este propósito lo siguiente: «La nota visible de vida en la representación china de los objetos estáticos ha sido ya apuntada, nota ésta que dependerá primordialmente de la abstracción rítmica de la forma. La idea de actividad en la tranquilidad acabó por extenderse a todas las relaciones. Por lo general, fue la consecuencia de una resolución de opuestos, el y in y el yang. Sólo gracias a los opuestos podemos saber algo: Difícil y fácil se completan uno a otro, largo corto se ponen a prueba uno a otro. Alto y bajo se determinan uno a otro». El gesto, la caligrafía y la inmediatez de la llamada «action painting» se relacionaba, sin duda, con el pensamiento Zen, sabiendo que hay en el Zen una actitud antiintelectual, de elemental y decidida aceptación de la vida en su inmediatez.