Un intenso camino. Retrospectiva 1980 – 2005

CLUB DIARIO DE IBIZA Ibiza, 23 de enero – 9 de febrero 2007
Antonio Hurtado

Ibiza, 2007

Carmen Belenguer posee, apenas reprimida, una profunda pasión por la vida y su entorno y una inveterada afición por la grandeza que emana de la supuesta sencillez del arte. Por esta razón se muestra beligerante al expresarse y pretende hacer cómplice al espectador, de sus pinturas y grabados, de sus afinidades por el color y las formas, con las que manifiesta sus emociones existenciales, que vehiculiza con la madurez de una artista ya consagrada. No importa si es la tela o el papel lo que emplea como soporte. Su trabajo trasciende el inconsciente y nos obliga a reflexionar sobre cuestiones aparentemente simples de lo cotidiano, pero que intuimos cargadas de fundamento, y lo consigue provocando en el que contempla sus piezas la necesidad de descifrar los singulares símbolos de su discurso pictórico. Ofrece en ellos unos trazos deliberadamente ascendentes, como inacabados, que emanan de una interna luz inquietante fruto de su «joie de vivre». Rectas o curvilíneas, las más de las veces, caracterizan toda su obra, equilibrándola e impregnando las penumbras del pensamiento creativo, incitándonos a la fuga con ellos, hacia entornos más positivos, y a transitar introspectivamente por el envés no trazado de sus cuadros que la autora sutilmente nos sugiere. Son haces firmes y decididos que estructuran perfectamente la particular caligrafía con la que plasma sus sentimientos y que no identificamos con ninguna otra expresión plástica. Traslada igualmente al lienzo con esmero los colores. Paleta de tonalidades amarillas, rojas, marrones, verdes, azules o negras, como si de un otoñal paisaje se tratara, que ella visualiza en la trastienda de su imaginación y que impregna con sutil pincelada, sin amaneramientos, apenas perceptible a veces, minuciosa y atrevida, un Bomarzo de pensamientos oníricos, mágico e impenetrable, que en un código simbólico nos expresara la rueda inexorable de su Karma en una búsqueda incansable de su personal Nirvana. Ella contempla en su alrededor, con verdadero interés, el devenir de las acciones, intenciones o ilusiones de los demás, a través del amplio cristal de la ventana de su sensibilidad, como si de una «voyeuse» incansable se tratara y lo plasma sin empañamientos, empleando el pincel o el buril tan solo como un mero pretexto de contención ante el caudal de su lenguaje. Así sus obras, delicadas en apariencia, no son frías; si acaso, impregnadas de una cierta melancolía. Revelan, no obstante, a una pintora excepcional que desvanece unas realidades, que en ocasiones no son gratas, mediante una abstracción lírica. Pero no se ensimisma en las texturas que despliega; muy al contrario, se abre incondicionalmente a un diálogo con el observador. Le interroga con su verdad y éste le arrebata, en respuesta, algo de su ser, del que debe desprenderse en cada creación. Parecen, eso sí, como limitadas en un espacio virtual en el que Carmen Belenguer buscase su propio equilibrio y en el que hallara su motivación creadora, bebiendo en una hipotética fuente que se nutre de las aguas de su experiencia, y en las que el admirador se abandona a una contemplación intensa, casi obsesiva, como si de un viaje iniciático se tratara. Recorrerá de esta forma con la mirada rincones transidos de sueños y esperanzas, expresados desde la premisa de su característica interpretación plástica, tan solo surcados por un cálido halo que embarga la conjunción. Encuentro consentido con su intimidad que nos invita a acariciar la frescura de las superficies de sus telas hasta contornear el bastidor. Nos concede así el privilegio de la interpretación de sus creaciones, orladas de sentido, sin falta ni exceso, y nos invita a una nueva cita consigo misma y con los demás que se ha renovado fielmente desde hace ya treinta años.