‘Emociones’, Galería Sala XIII. Laura Revuelta

Laura Revuelta

Madrid, 2003

NECESIDAD VITAL
Carmen Belenguer es pasional, su pintura es pasional y todo lo que se pueda escribir sobre ambas ronda el flujo de una espiral que va y viene porque sí y porque le da la gana. Esto no ha de darle ni quitarle valor. Hay que tomarlo como es y tener bien claro que nos encontramos ante un requisito indispensable para inmiscuirnos en lo que se cuece en sus cuadros. Y así ha debido de ser siempre. Si nos atenemos a lo que sobre ella se ha escrito en anteriores exposiciones la razón es una cierta sinrazón y por más que se le pregunta el por qué de esto o de aquello, de una gama, de unas tonalidades, no hay una respuesta clara: aquello de que «te lo pide el cuerpo» viene como anillo al dedo. Pero, por favor que nada de esto se confunda con la indolencia de un sinsentido, un sin ton ni son para explicar las cosas. Si la pintura puede ser tomada por algunos artistas como una terapia, como una ventana abierta a los sentimientos, a las obsesiones; una pared contra la que lanzar los instintos; un muro de las lamentaciones personal e intransferible, aquí nos encontramos con un claro ejemplo. Carmen Belenguer necesita pintar porque tiene que abrir al exterior sus sentimientos e intuiciones, y porque sabe pintar (huelga decirlo). Entonces vemos como se alternan en sus trabajos, sin una línea de continuidad muy clara -sólo sigue la ruta de esas fluctuaciones sentimentales de las que hablábamos-, las veladuras de tonos intensos o tonos apagados, incluso las medias tintas también esconden la intensidad de ambos extremos. Ella, a quien además le gusta aderezar sus catálogos con algunas frases, ha escrito: «Porque la vida no es una línea continua o un color plano. Se mueve. Está viva». Pues su pintura no es una línea continua ni un color plano. Todo lo contrario, la línea, esa que casi siempre aparece en sus obras, es quebrada y de un alquitrán en el que se pegan los ojos; los colores, que se superponen unos a otros sin darse codazos, sobresalen para captar esa atención o ese pálpito que va y viene porque unos días luce el sol y otros es mejor quedarte bajo las sombras, las propias o las ajenas que acechan, y siempre bajo una forma indefinida, fantasmal. Cuando alguien pinta, trabaja bajo tierra -como quien dice para que se hagan una idea-, en un estudio que no ve la luz natural, de hecho no sabe si es de día o de noche, será porque no necesita de otro mundo más que el que nace de su propia memoria pictórica y de ese tumulto de sensaciones que cada cual siente cuando se levanta de la cama y pone el primer pie sobre suelo, ya sea el derecho o el izquierdo. De importancia vital para lo que pueda ocurrir luego. Al cabo, todo lo que venimos repitiendo párrafo tras párrafo. La pintura de Carmen Belenguer es Carmen Belenguer en esencia pasada por el tamiz de un lenguaje bien articulado. Resulta curioso, tal vez poco original pues ya Javier Rubio Nomblot lo observa en el catálogo de una exposición anterior, que cuando se contempla la pintura de Carmen Belenguer aparezcan en nuestra mente los criterios de Kandinsky. Lo citaremos en un párrafo de su capítulo ‘El almanaque de De Blaue Reiter (el caballo azul)’: «Llegamos así a la conclusión de que la abstracción pura (como el realismo puro) se sirve de las cosas en la existencia material de éstas. La mayor negación del objeto y su mayor afirmación son equivalentes. Y esa equivalencia se justifica por la persecución de un mismo fin: la expresión de la misma resonancia interior». Creo que estas palabras -mayores, por supuesto- constituyen un buen cierre para acercarnos o desentrañar el mundo interior de esta artista, que se expresa en la abstracción más pura