Pinturas de Carmen Belenguer
Posiblemente Carmen Belenguer (Ibiza) sea una las artistas más preocupadas por la obra que realiza. Su discurso es una necesidad que comienza y termina en el cuadro. Las emociones no sólo pasan por el cedazo de la pintura, sino que dimanan de ella lo cual convierte a su obra en una causa. Hace tiempo que seguimos su trayectoria y, desde el primer momento, hubo una sensación que de puro permeable, se hacia imposible traspasar. Posiblemente por esa calidez con la que invitaba la autora a pasear por su obra. No era una cuestión recelosa, más acertadamente, el observador sentía cierto pudor, la sensación de incertidumbre que lleva consigo la cordialidad desinteresada. En esta muestra que ahora presenta en la Sala XIII de Torrelodones, Carmen Belenguer parece ofrecer las claves de todo lo antedicho. Apuntamos, entonces, que efectivamente era ese un territorio personal, inequívocamente singular y área que intensifica las razones que le llevan a la verbalización tanto de objetivos como de instantes transitorios inherentes al proceso. Parece ahora, que hubiera estado durante este tiempo anterior, enseñándonos su lugar, al tiempo que, como si de tierra honda se tratara, la piel que percibimos de su obra hubiese sido labrada, preparada, sembrando la extensión de emociones sobre la que hoy se pintan los canales de un argumento sensitivo sobre el soporte de una dimensión que conocemos. La pintura de Carmen se aúpa, de este modo, a si misma. Deja el fondo como rango de un horizonte que alivia estéticamente otras esferas de continuidad objetual. Objetual en tanto que, dentro de un mismo estrato, la intención de la artista concilia con nuestra percepción diferenciando planos. Es pintura y siempre lo será. Pero los esquemas parecen haber variado. Van dejando un reguero que anima el surgimiento de elementos con cuerpo, aunque evanescentes o éstos se nos antojen estelas e intuiciones segmentadas que paralizan su curso y se dejan ver mejor que nunca en la pintura de Carmen Belenguer