Individual Obra Cultural de la Caja de Ahorros de Ávila

Antonio Leyva

De las Asociaciones Nacional e Internacional de Críticos de Arte

Ávila, 1993

LA RADIANTE ABSTRACCIÓN DE CARMEN BELENGUER
La obra de arte tiene una existencia que le es propia, tanto si responde a una aproximación a la realidad objetiva como si se produce desde pautas interiores de más hermética e inasible naturaleza. ‘Al hundirnos contemplativamente en una obra, se desencadena su proceso inmanente. Al comenzar la obra a hablar se torna movimiento’, escribía Theodor Adorno subrayando una doble condición de hecho autónomo y suceso referencial, emergente y dinámico, comunicador y expansivo, que en nuestra contemporaneidad va a definirse por el subjetivismo y el intento de establecer a través de la experiencia estética, un sistema de conocimiento capaz de intervenir con cierta lucidez en las contradicciones del último cuarto de siglo. La pintura de Carmen Belenguer participa de estas convergencias. Se fundamenta en la propia dialéctica de la materia y en una cierta sublimación de la realidad, usando de ésta como recurso referencial, obviando la representación, rechazando el valor imitativo, la mímesis, para actuar desde el enfrentamiento de la realidad creada con las incitaciones de su entorno, impregnándola de impulsiones subjetivas que alternan la planificación inicial y modifican su desarrollo al no someterse a otras normas que las que ella misma elabora. Así, Carmen Belenguer entiende la realidad como algo en constante transformación como algo de entidad variable, ajeno a la apariencia visual. Por ello no usará de ningún recurso propio de la traslación, sino que tratará de instrumental izar las tensiones que alberga, provocando su afloramiento desde lo casual, desde el encuentro, desde el automatismo, confrontando estas primarias incitaciones con la organización racional del espacio, haciendo de éste un ‘territorio’ mental también con capacidad de mutación, inestable, con posibilidades que parecieran nunca del todo exploradas, abierto y vulnerable. Valora lo originario, lo no contaminado por acepciones convencionales, lo instintivo. Se aparta del elaboracionismo, de la fórmula, del recitado. Busca la sintetización, lo no discursivo. Cada cuadro es una fase de su proceso de indagación e incluso el proceso mismo. Los elementos referenciales figurativos subyacen, a veces insinuados, fragmentados, descontextualizados, hasta constituirse en otro elemento constructivo, valorados por sus posibilidades cromáticas o texturales. Enriquecen la incitación puramente abstracta, celular y rítmica en ocasiones, orgánica y mineral en otras, que hacen de la pintura de Carmen Belenguer una reducción de la naturaleza a sus esencialidades conformadoras de la luz, estructura y cromatismo, haciendo de ella un lenguaje universal, como la música, no una manifestación residual o idealizante. Profundidades y simas, evocaciones vegetales, atmósferas, ciudades perdidas en glaciales nebulosas, hojas, ramas… aparecen y desaparecen en su nuevo estado de forma pura, interactiva, materia y percusión luminosa, ensalzados con una elocuencia vegetal y transparente que se amansa o encrespa como un sonido, como un pulso dormido o acechante, que hierve como un manantial de lava. La mancha, de compacta densidad o leve trabazón; la línea que bulle en las superficies, ostensible y decidida; el color palpitante y luminoso, hacen de esta pintura una afirmación vitalista y vitalizadora, opuesta a la desamparada austeridad de nuestra abstracción histórica, que reclama un espacio para la idealidad y la magia, para la ensoñación y el alborozo